Los perros, que son expertos en lenguaje corporal, ven en los ladridos su forma de comunicarse.
Hay muchas formas de ladridos, los hay que pretenden avisarnos de algo, a veces expresan su miedo, descontento, entusiasmo por jugar, querer comer, beber, querer salir a la calle…
Pero hay un ladrido que se caracteriza por ser fuerte y repetitivo, que se va volviendo más grave a medida que el desconocido se acerca. Es un ladrido territorial, el del perro que ve amenazado su territorio y quiere reforzar con él su posición dominante que, en su forma de ver, siente amenazada.
¡Qué duro te debe resultar cargar con el peso de defender tu condición de ser el único, acaso el último guardián del grial del toreo!
Por eso entiendo que - en tu delirio - cualquier opinión diferente que se aleje de tu ortodoxia y que pueda interesar a otros te produzca el vértigo de quien, pretendiendo salvar a la princesa del cuento cae – infortunado - al vacío desde la más alta torre.
Y claro, hueco de argumentos y sobrado de despecho, desenvainas en nombre del honor y la buena fama, lanzando desafíos personales.
Con ello ha firmado usted, D. Enrique Martín, un tres en uno para la historia: grotesco, patético y pueril. Póngale el orden que prefiera.
Viene todo esto a cuento de las deslumbrantes declaraciones de este
illuminati taurino que se expresa en estos términos sobre los causantes de la deforestación de aficionados que, según él, está sufriendo la fiesta de los toros:
“Quizá piensen que mi dedo señala únicamente a los señores empresarios, pero noooo, que no tengan pena el resto de taurinos, que tanto aquellos que rebañan hasta el último céntimo, incluso no atendiendo a sus obligaciones de pago, sino que también son culpables los que se venden por un café, por una pasadita de mano por el lomo, por una invitación a una tienta o una capea, convirtiéndolos además en “aficionados prácticos”, lo que les da el derecho a opinar, apoyando sus comparecencias en la experiencia de haberse puesto. ¿No saben na! Los unos y los otros saben lo que se hacen. Cogemos una voz autorizada, le llenamos la tripa, le soltamos eso de “¡Bieeeeen torero!” y tenemos de nuestro lado a un buche agradecido por los siglos de los siglos. Cada uno a lo suyo, unos usan la palabra como una guadaña, dispuestos a cortar sin miramientos en el vergel de la historia, pisoteando el nombre de los maestros que engrandecieron la Fiesta, con el único fin de ensalzar la vulgaridad de los mediocres de los que esperan sus regalías. Lo mismo nos cuentan la perfección de la tauromaquia de un pegapases, como la fina elegancia de un fracaso de un señor al que se empeñaron en convertir en figura. ¿Cabe mayor ruindad? ¿Cabe mayor indignidad servidumbre y servidumbre? Pero claro, estos vicios de señorito hay que pagarlos y por lo que se ve, con creces. Es necesario comprometer la honra no solo de querer ser buen aficionado, también hay que embadurnar la buena fama como persona. Y luego exigen respeto. Lo siento, pero entre esos tipos y yo hay algo personal”.
Tengo la suerte de no conocer a este hombre personalmente y, a diferencia de él no me siento concernido en lo personal.
Sus despectivas alusiones hacia los aficionados prácticos son, como el ladrido del perro, frecuentes y repetitivas.
Pero calificar nuestra afición de “vicio de señorito” y señalarnos como “ruines, indignos y serviles culpables de los males de la fiesta” me resulta tan injusto, tan fuera de tono, tan poco elegante que no puedo por menos que contestar.
Y como, al contrario que él, achaco sus opiniones más a la ignorancia que a la vileza de carácter, me permito recordarle porqué en octubre de 2010, decidí junto a un grupo de amigos dar el paso de impulsar la figura del aficionado práctico.
Desde entonces como dice el proverbio, mientras los perros ladran la caravana pasa, y he visto con enorme alegría y admiración surgir muchas iniciativas en nuestra misma dirección que es completa y diametralmente opuesta a la que este señor denuncia.
Esto es lo que nos inspiró entonces y hoy:
“La corrida de toros es un espectáculo tan intenso que es capaz de llegar a todos los espectadores. Pero ¿cuantos son realmente capaces de apreciarlo en su totalidad? ¿Cuantas veces hemos oído hablar de la diferencia que hay entre público y aficionados?
Mirar y ver !qué distinto! ... y sentir !qué grande!
Aquí está la clave de nuestro taller de tauromaquia.
Queremos que los aficionados mejoren su formación y puedan ver, conocer y apreciar las técnicas de torear (no somos dogmáticos ni talibanes de un único tratado de tauromaquia).
Queremos que los aficionados puedan sentir la emoción y la dificultad de torear para poder valorar mejor lo que hacen los toreros.
Queremos hacer más y mejores aficionados
!Ojalá lo consigamos!” (Ver el artículo completo)